​EL LAVADERO DE VELILLA DE MEDINACELI

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Jose Manuel Lechado



Después de unos cuantos artículos ya habrá quedado claro que a la hora de defender el patrimonio no todo van a ser iglesias, castillos y, en fin, cosas grandes que llamen la atención desde lejos. A veces la riqueza esta en detalles que pasan desapercibidos. Un pequeño tesoro patrimonial que por suerte aún conservan muchos pueblos lo constituyen, ni más ni menos, los lavaderos públicos.


Si aún persisten tantos no es porque haya habido un afán desmedido en protegerlos, sino porque se han mantenido en uso hasta hace poco tiempo y no ha pasado el suficiente para destruirlos todos. ¿Cómo que hasta hace poco tiempo? A ver, el paso del tiempo es relativo… e incluso subjetivo. Es muy probable que al lector joven le parezca que un año dura sus buenos 365 días, pero a otro un poco más crecidito seguro que le da la sensación de que no, que cada vez tienen menos días o duran menos o pasan más deprisa. A mí me ocurre, desde luego. Por eso, cuando digo que no ha pasado tanto tiempo quiero decir que yo aún recuerdo a las mujeres de Cetina lavando la ropa en el lavadero de Atocha, hoy Museo de la Contradanza, hasta principios de la década de 1980.


Vale, han transcurrido más de cuarenta años. Pero es que esto, en términos históricos, es un suspiro. Y por eso no necesito imaginar lo dura que debía de ser la tarea de lavar la ropa en estas instalaciones, con sus estructuras abiertas al calor y al frío, con el agua que salía helada de los caños (salvo en Alhama, ventajas de tener al lado una surgencia termal). Además había que cargar el barreño de ropa, al lomo, desde casa, pues por alguna razón misteriosa muchos lavaderos se construían a las afueras de los pueblos. Y encima el procedimiento de lavado era agotador, a base de sacudir y frotar la ropa una y otra vez hasta dejarla reluciente. Y para terminar, otra vez la colada a cuestas hasta casa, para tenderla.


La importancia de conservar los lavaderos sirve, ante todo, para no olvidar este trabajo machacante que era realizado de manera exclusiva por mujeres. Hay mucho sudor femenino en esas piedras labradas, aunque alguno crea que se lo llevaba el agua. Y muchos sabañones también. Además constituyen un elemento histórico y paisajístico, una muestra de arquitectura popular digna de mención y que encima puede seguir utilizándose. En algunos casos, como hemos visto en Cetina, se ha convertido el lavadero en museo. En otros aún sirven como fuentes de agua, lo cual no viene mal a los viajeros, sobre todo a los que cubren andando o en bicicleta la Ruta del Cid.


En algunos casos, sin embargo, el lavadero es en sí mismo una obra maestra. Es el caso del que nos ocupa hoy: el de Velilla de Medinaceli. Vamos a verlo. De planta rectangular muy alargada, presenta muro de carga en una banda y una serie de pilares en la otra, para permitir el acceso de luz y la ventilación. No obstante, lo que más llama la atención de esta pieza patrimonial altojalonera es la cubierta.


Lavadero velilla

Vista general del lavadero


Hay lavaderos de diversos tipos en este sentido: descubiertos por completo, cubiertos por completo (es nuestro caso) y mitad y mitad (como el de Cetina, en cuyo vaso exterior se ha retirado el agua para poner unas plantitas: un desacierto, en mi opinión). Entre los cubiertos hay de todo, desde techos de paja elementales a estructuras de madera más o menos elaboradas. La cubierta de Velilla es de esta última clase. Y no es única, pero sí importante por su envergadura (se trata de uno de los lavaderos más largos de la comarca) y por haber conservado buena parte de sus piezas originales.


La estructura del techo es clásica: una serie de cuatro tirantes y sus pares (o cabrios), que descansan en paralelo sobre el muro de carga a un lado y los pilares al otro, sirven de apoyo a la viga maestra (o hilera) que corre toda la longitud del edificio. Para dar mayor solidez a la forma triangular a dos aguas, el encuentro entre los pares se refuerza con un puntal vertical (o pendulón) que a su vez descarga en el centro del tirante. El pendulón cuenta con dos apoyos laterales (burros) que descargan también sobre el tirante y forman un segundo triángulo más pequeño. ¿No se entiende? Mira el dibujo.


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Estos elementos son los más valiosos de la estructura de madera, porque son los únicos originales que se mantienen; realizados a base de troncos sin desbastar, conservan el sabor genuino de la arquitectura popular. Encima de estos cuatro módulos se apoya la viga maestra que corre a lo largo del lavadero. Y sobre esta viga, a su vez, descansan los cabrios que conforman el forjado sobre el cual, a su vez, se sitúan las tejas.


Velilla de medinaceli

Testero, donde se puede apreciar la estructura de apoyo de la techumbre


El forjado actual y la viga maestra no son originales, ya que al restaurar el lavadero hubo que sustituir partes de madera muy deterioradas o incluso alguna viga de hormigón insertada en reparaciones anteriores. La restauración que podemos ver hoy es más que correcta y muy respetuosa: mantiene el espíritu de la obra pero no intenta crear una falsa sensación de antigüedad, lo viejo es lo viejo y lo nuevo se ve que es nuevo.


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Vista interior de la estructura que permite distinguir el sistema de tirante (madero horizontal) y pares (maderos inclinados) realizado a base de troncos en bruto


Este rompecabezas de madera es lo que más llama la atención de nuestro lavadero, pero no es su característica más singular. Hay que bajar la vista un momento, del techo al suelo, y fijarse en la pila. El lugar que da sentido a todo, donde corre el agua. No es una pila: es un canal. Un largo canal que recorre toda la longitud del lavadero y con su entrada y su salida para asegurar un correcto flujo de agua limpia. Alrededor del canal se dispone una pequeña acera, donde se situaban las mujeres, sobre las rodillas, para lavar la ropa, y sendos declives, uno a cada orilla, para frotar y sacudir las prendas. No hay que hacer un gran esfuerzo de imaginación para darse cuenta de lo agotador que sería este trabajo.


Lavadero velilla (2)

El canal de aguas del lavadero, muy diferente al tipo pila, más habitual


Con edificios como el lavadero de Velilla podemos celebrar nuestra suerte dos veces. Una, porque conservamos muchos ejemplos de esta riqueza patrimonial y, a menudo, en buen estado.


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Vista lateral donde se aprecian tanto las partes de madera restauradas como la disposición de los pilares de mampostería, alguno un pelín inclinado


Medinaceli cuenta incluso con una Ruta de los Lavaderos que incluye varios pueblos de su alfoz, entre ellos los que guardan las dos fuentes del Jalón: Benamira y Esteras. Velilla no está en la ruta porque, pese al nombre, pertenece al término de Arcos.


Y una cosa más, que casi me olvido: dije que había dos motivos de celebración. Pues sí, y el segundo es incluso mejor que el primero: que hoy en día, por fortuna, ya no tenemos que lavar la ropa en estos lavaderos. Hermosos sí, pero incómodos a más no poder.


(Nota final: mi agradecimiento a Antonio Moreno por las fotos del lavadero que aparecen en este artículo y que me han sido facilitadas por El Alto Jalón.)

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