LAS VÍCTIMAS QUE RECORDAMOS Y LAS QUE ALGUNOS QUIEREN OLVIDAR: LA IMPORTANCIA DE LA MEMORIA HISTÓRICA

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Atentado eta


El 13 de septiembre de 1974, Antonio Alonso Palacín y María Jesús Arcos Tirado emprendieron un viaje que debía ser el inicio de su nueva vida como matrimonio. Se habían casado solo seis días antes, en Calatayud, y se dirigían a Madrid para disfrutar de su luna de miel. Jamás regresaron. Una bomba de ETA en la cafetería Rolando, en la calle del Correo de Madrid, acabó con sus vidas y con la de otras once personas en lo que fue el primer atentado indiscriminado de la banda terrorista.


Fue un acto de barbarie sin justificación posible, como lo fueron todos los atentados de ETA que marcaron con sangre la historia reciente de España. Antonio y María Jesús eran dos jóvenes de Contamina y Alhama de Aragón, dos vecinos de nuestra comarca que fueron asesinados en un crimen sin sentido. Sus nombres han quedado inscritos en la memoria colectiva como parte de ese inmenso dolor que el terrorismo dejó en España. Junto al de ellos, el de todos los asesinados por ETA. En concreto, en aquel atentado, fueron, junto a María Jesús Arcos Tirado y Antonio Alonso Palacín,  Baldomero Barral Fernández,  María Josefina Pérez Martínez,  Manuel Llanos Gancedo,  Concepción Pérez Paino,  María Ángeles Rey Martínez,  Francisca Baeza Alarcón,  Francisco Gómez Vaquero,  Gerardo García Pérez,  Luis Martínez Martín,  Félix Ayuso Pinel y  Antonio Lobo Aguado.


En cuanto a los asesinos, los encargados de colocar la bomba aquel fatídico viernes 13 de septiembre fueron Bernat Oyarzábal Bidegorri y María Lourdes Cristóbal Elhorga, miembros de la banda terrorista ETA. La explosión, compuesta por 30 kilos de explosivos y tuercas de dos centímetros que actuaron como metralla, dejó un reguero de sangre y muerte. Sin embargo, durante décadas, ETA negó su autoría. Aunque al día siguiente del atentado un comunicado iba a ser publicado en el diario parisino Libération reivindicando la masacre, diferencias internas en la dirección de la banda llevaron a ocultarlo. No fue hasta 2018, en la última entrevista concedida por la organización terrorista, cuando finalmente reconocieron lo que ya se sabía: que ellos fueron los responsables del peor atentado de ETA hasta la fecha. Aquel crimen quedó impune. La Ley de Amnistía de 1977 cerró el sumario para siempre y dejó sin castigo a los asesinos.


El pasado mes de septiembre, cuando se cumplieron 50 años de aquella masacre, se organizó un acto de homenaje en Madrid. Se les recordó, se les nombró, se les rindió tributo con la dignidad que merecen. La Comunidad de Madrid, el Ayuntamiento de Madrid y la Fundación de Víctimas del Terrorismo organizaron una exposición titulada Cincuenta imágenes para la memoria para que nadie olvide lo que sucedió. El acto inaugural contó con la presencia del consejero de Presidencia, Justicia y Administración Local de la Comunidad de Madrid, Miguel Ángel García Martín, el presidente de la Fundación de Víctimas del Terrorismo, Juan Benito Valenciano, la vicealcaldesa de Madrid, Inmaculada Sanz, y numerosas víctimas del terrorismo. El mensaje fue claro: recordar es un deber democrático.


La memoria es importante. Lo es porque solo recordando con claridad los hechos podemos asegurarnos de que la historia no se repita. Por eso honramos a las víctimas del terrorismo, por eso reconocemos su sufrimiento y por eso señalamos sin matices a sus verdugos. Pero, ¿qué ocurre con las otras víctimas?


Los Olvidados en las Cunetas

Exhumación


España tiene otra herida abierta en su historia. Una herida que no ha sido tratada con el mismo respeto, con la misma justicia, con la misma dignidad. La represión franquista dejó 150.000 asesinados, personas que fueron fusiladas y enterradas en fosas comunes sin nombre. Tanto la Junta de Castilla y León, como el Gobierno de Aragón, publican el 'Mapa de Fosas de la Guerra Civil y la dictadura', en los cuales se registran las fosas documentadas y catalogadas en ambas Comunidades Autónomas, de las que siete están localizadas entre ambas vertientes del Alto Jalón.


En el Alto Jalón soriano se han identificado dos fosas, en Montuenga de Soria y Sagides, ambas en el término municipal de Arcos de Jalón. En el caso de Montuenga el bando represor fue el franquista y en la de Sagides el republicano, y en ambos enterramientos hay registrada una víctima. En el caso de Sagides, está localizado el enterramiento en el cementerio intramuros, desde donde el gobierno de Franco trasladó a la víctima allí enterrada al Valle de los Caídos en 1959. La familia de la única víctima enterrada en la fosa de Montuenga de Soria, localizada en el paraje denominado Barranco Villar, tuvo que esperar a 1977 para poder reclamar sus restos mortales.


En la zona zaragozana del Alto Jalón se localizan las otras cinco fosas, concretamente en Monreal de Ariza, Alhama de Aragón, Godojos, Ibdes, Ateca y Valtorres. En este caso todas las represiones fueron provocadas por los sublevados, el denominado bando Nacional.


Monreal de Ariza: La fosa existente en el cementerio de Monreal de Ariza contiene los restos de cinco vecinos de Ariza asesinados por los sublevados en la Cuesta de la Calera -o Cuesta del Toro- en 1936. No ha sido posible localizar el emplazamiento exacto de la sepultura.


Alhama de Aragón: La fosa  existente en Alhama de Aragón se halla en la cuneta de la carretera que une la localidad con el monasterio de Piedra, justo a su paso por el antiguo cementerio civil de la localidad pero del otro lado de la carretera. El recinto hoy en día está en desuso y abandonado, pero aún es perfectamente distinguible por su aislamiento en medio del campo y por su estructura peculiar. En opinión de los informantes parece posible que las sucesivas ampliaciones del firme de la calzada llevadas a cabo en el transcurso de los años hayan acabado por dejar la fosa oculta bajo el asfalto. En ella yacerían al menos cuatro vecinos del pueblo de Munébrega asesinados por los sublevados el 27 de noviembre de 1936.


Godojos: La fosa común de Godojos podría haber desaparecido con el paso del tiempo, pues se hallaba situada sobre el cauce del “Barranco de Baldaroque” -muy cerca del puente por el que lo cruza la carretera- y se sabe que hace ya muchos años las tormentas estivales desenterraron algunos de los restos y los arrastraron consigo cauce abajo. Al menos uno de los cadáveres fue recuperado por varios vecinos de Carenas y fue enterrado en el cementerio de aquella localidad. Los asesinados allí fueron víctimas de los rebeldes y podían proceder de pueblos de la comarca como Alhama de Aragón, Ibdes o Munébrega. Se desconoce la cifra exacta de los cuerpos que pudo llegar a contener la fosa, pero a decir de un vecino de Godojos fueron exactamente 25, sin que se pueda asegurar con absoluta rotundidad. 


Ibdes: Esta fosa se encuentra en el cauce del barranco que corre próximo a la ermita de San Daniel, lejos del casco urbano, y que desemboca en el embalse de la Tranquera. Contiene los restos de siete vecinos de Castejón de las Armas que fueron asesinados por los sublevados la noche del 28 de noviembre de 1936.


Ateca: La fosa existente todavía hoy en día frente a la entrada del cementerio de Ateca contiene los restos mortales de un vecino del pueblo -las fuentes orales consultadas recuerdan que se le conocía como “el tío Lobito”-, asesinado en la “cuesta de las Valdemoras”, como quien dice en pleno casco urbano del pueblo. Fue enterrado delante mismo de la entrada del cementerio, en el interior del recinto. Todavía pueden verse flores en el lugar de forma habitual. 


Valtorres: La fosa, de la que se desconoce si sigue existiendo a día de hoy, se situaba en la “partida de La Suerte”, en el margen derecho de la ruta, en la penúltima curva que se encuentra el viajero cuando desciende desde Valtorres hacia el valle, un poco antes de atravesar el puente que salva el “barranco de La Ventanilla”. En caso de seguir existiendo la fosa contendría los restos de un número indeterminado de personas ajenas a la localidad que podrían sumar hasta media docena.


Además de estas, que están todavía sin exhumar, en Cetina en el año 2010 fue exhumada una fosa existente en el municipio por un equipo de la Asociación ARICO. Contenía los restos mortales de 12 vecinos del pueblo de Torrijo de la Cañada, asesinados por los sublevados al comienzo de la guerra civil. Los restos mortales de las víctimas fueron inhumados provisionalmente en Cetina a la espera de ser trasladados a su localidad de origen cuando se construyese un monumento memorial. Esto sucedió el 4 de septiembre de 2012, momento en el que al fin las víctimas y sus familiares consigueron 'descansar' dignamente.


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Ellos también fueron asesinados por el fanatismo. También fueron víctimas de una ideología que justificó la violencia y el terror para imponer su visión del mundo. Pero, a diferencia de las víctimas de ETA, su memoria sigue siendo incómoda para muchos. No tienen exposiciones, no tienen actos de homenaje en cada aniversario, no tienen a instituciones dispuestas a hacer todo lo posible por darles el reconocimiento que merecen, no tienen ni nombre ni lápida, mientras sus familiares aún los están buscando. No se señala a los culpables de su muerte como lo que son, asesinos.


Al contrario, en algunos lugares no solo no se les recuerda, sino que se sigue permitiendo la exaltación de quienes les asesinaron. En Alhama de Aragón, donde aún hay fosas con republicanos ejecutados, el Ayuntamiento autorizó el pasado sábado un acto de la Falange Española, el partido que colaboró activamente en la represión franquista. En la misma plaza donde debería hablarse del horror de la dictadura, se permitió que se exaltara su legado.


De hecho, la Diputación de Zaragoza  ha puesto en marcha una nueva línea de trabajo en favor de la memoria democrática que consistirá en llevar a cabo exhumaciones y análisis genéticos de víctimas de la Guerra Civil en los municipios de la provincia que lo soliciten, pero ninguna administración local del Alto Jalón ha pedido actuaciones en este sentido, tal y como nos señalase esta misma semana la diputada delegada de Memoria Histórica de la DPZ, Nerea Marín.


Cuando la Falange Tiene Espacio y las Víctimas No

El mismo Ayuntamiento que hace meses prohibió la proyección de un documental sobre la memoria de un prisionero de guerra republicano porque “podía herir sensibilidades”, no ha tenido problemas en autorizar un evento en el que se pidió derrocar el sistema constitucional y en el que se reivindicó un régimen sin partidos políticos, es decir, una dictadura.


Si alguien hubiera pedido un acto para justificar los crímenes de ETA, la respuesta habría sido inmediata y contundente. No se habría permitido, porque no se puede permitir la glorificación de la violencia. Pero cuando se trata del franquismo, sigue habiendo espacio para la indulgencia, para la tolerancia, para el silencio cómplice.


Esto no es casualidad. Es la consecuencia de décadas de franquismo sociológico, de un relato que sigue intentando equiparar víctimas con verdugos y que permite que los asesinos de una época sean recordados con honores mientras sus víctimas siguen enterradas en las cunetas.


La Memoria No Puede Ser Selectiva

Recordar a las víctimas del terrorismo es un deber democrático. Pero es igual de necesario recordar a las víctimas de la dictadura franquista. No hay muertos de primera y muertos de segunda. No hay crímenes que deban ser recordados y otros que se puedan ocultar bajo la alfombra de la historia.


Si de verdad queremos evitar que algo así vuelva a ocurrir, si de verdad queremos aprender de nuestra historia, debemos ser coherentes en la defensa de la memoria y la justicia. Si los crímenes de ETA nos horrorizan —como debe ser—, los crímenes de la dictadura franquista deberían provocarnos la misma indignación.


Antonio y María Jesús fueron víctimas de un fanatismo asesino. Como lo fueron los miles y miles de republicanos ejecutados, algunos, demasiados, en nuestra comarca, cuyos restos aún esperan justicia. A unos se les recuerda y a otros se les silencia. Esa es la gran injusticia de nuestro tiempo. Recordar no es un acto de revancha, es un acto de justicia. Y mientras haya fosas sin abrir y verdugos con tribuna, la democracia seguirá teniendo una deuda pendiente.

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