Anoche, lunes 19 de mayo, Cetina volvió a encender la llama de lo sagrado y lo profano, de lo ritual y lo popular, con una Contradanza que, como cada año, no solo hipnotiza, sino que conmueve y sacude. Esta fiesta que ya es Bien de Interés Cultural y Fiesta de Interés Turístico Regional, no necesita etiquetas para justificar su grandeza: basta con vivirla una vez para entender que aquí late algo que no puede explicarse, solo sentirse.
Faltaban pocos minutos para las once de la noche. La plaza, en penumbra, aguardaba como un corazón que se recoge antes de un estallido mientras el olor a pez aninciaba el inicio inminente. Llegaron los contradanceros por la calle de la Luna —el nombre ya parece predestinado—, al son de la charanga y del golpeteo seco de las hachas ardientes contra el suelo para avivar el fuego, como si quisieran despertar a la misma tierra.
La espera a las puertas de la plaza, son cinco minutos, pero se hace eterna, como si no pasase el tiempo frenado por nervios, expectación y seriedad ante el reto. Entonces llega el momento: Al grito de “¡caretas abajo!”, la sombra toma forma y el misterio se viste de blanco, negro y rojo. Y entonces se disponen todos a subir, con un paso casi militar, abriéndose paso entre una oscuridad que solo rompen las llamas de las hachas y los corazones de cada cetinero y cetinera.
Los contradanceros son figuras imposibles, mitad ánimas, mitad guardianes del inframundo, con un punto de acróbatas antiguos. Danzan como si tejieran una historia ancestral con sus cuerpos, una historia que se canta sin palabras. Y entre ellos, el Diablo. Pero no teman: este demonio no huele a azufre, sino a pez y a cuento. Es más niño que fiera, más símbolo que amenaza. Un diablo tierno, casi principesco, vestido de rojo como los héroes románticos, imberbe de bigote tiznado y alma liviana. Cetina es, quizás, el único lugar del mundo donde el diablo muere... y resucita por amor al rito.
Porque la Contradanza no es solo danza. Es relato, es símbolo, es exorcismo del olvido. Las mudanzas —esos movimientos que los contradanceros ejecutan cargando al diablo en volandas, trazando figuras— nos hablan de la historia del pueblo, de sus santos, de sus penas, de sus glorias. Todo Cetina cabe en esa plaza, y también cabe el mundo, porque lo local se vuelve universal cuando se celebra con tanta verdad.
A pesar de ser lunes, la plaza estaba llena hasta los costados, como si la semana entera hubiera sido abolida por decreto ancestral. Aplauso tras aplauso, vítores, hachas al viento, y al final, el afeitado del diablo, ese acto simbólico que cierra el ciclo con una ternura feroz.
Hubo emoción también fuera de escena: una lesión de última hora obligó a reestructurar el elenco, y fue suplido con nobleza por un veterano del año pasado sin un solo entrenamiento, pero lo hizo perfecto. Y también en el equipo de El Alto Jalón, que sorteó con ingenio las dificultades técnicas iniciales para transmitir la ceremonia en directo a todos aquellos que sólo podían vivirlo de lejos, aunque los primeros minutos fueron como la llegada de Melody al aeropuerto. A destacar los comentarios de Daniel Mendoza, hijo de uno de los dos maestros contradanceros, hermano del lesionado, y joven sabio del rito, que honró con su voz lo que su cuerpo algún día también representará. No tenemos duda sobre esto.
Anoche, Cetina no escenificó una fiesta, sino que reafirmó su fe en sí misma. Porque quien ve la Contradanza no solo ve un espectáculo: asiste a una comunión. A una danza que es espejo de un pueblo. A una llama que se pasa de generación en generación con manos firmes y corazones abiertos.
Y sí, si yo hubiera nacido en Cetina como Daniel, habría querido ser, como él, contradancero. Viendo cómo se transmite y vive en este pueblo su cultura, estoy seguro de ello. Y no entiendo cómo Quevedo, que atinó tanto con las salchichas de Aguilera, no escribió jamás sobre esto. Porque si algo merece endecasílabos, es este pueblo que no olvida lo que lo hace eterno. Podría haber escrito, por ejemplo: "Érase un pueblo a una tradición pegado. Érase una tradición superlativa".
JALON
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