ENCARNA VAL

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Encarna Val (Arcos de Jalón, 2021- +…). Febrero es su padre, no por corto sino por loco; su madre es la tarde, no por fresca sino por tibia. Concibieron a Encarna Val a fuerza de tiempo, solo con el roce del frío enero. La bautizaron con buen rollo el día tres en la plaza e invitaron a todo el pueblo. Bendecida, Encarna Val suele jugar con las isobaras, su pasatiempo preferido. A veces, la nieve nos recuerda que es invierno y el Jalón se disfraza de nube blanca. Encarna se viste de copo y regala, del verbo derretir, sonrisas al incipiente cereal. Y regala, de regalo, un manto blanco al Picón pelado que, poco habituado y confundido por el gris propio y el blanco prestado, lo cede a la verde vega.

En otras ocasiones, Encarna Val se coloca gafas oscuras de sol y nos anticipa una dudosa y camaleónica primavera. Al calor del mediodía, le grita a su amigo Valentín.

- Vamos a jugar a enamorarnos, verás qué divertido es.

Y Valentín, que es más viejo que sabio, le responde:

- Vale, Vale.

- Vale, Vale, Valentín, ven y enamórate de mí.

Ella es de la Carretera y él del Pueblo. Como en un viaje al pasado, quedan de acuerdo y se van de merendilla, sí, también el domingo; cuanto más lejos, más dura el viaje. ¿Al castillo Maeque, al Vahíllo? Beben y viven, van y vienen. Con la cuadrilla se fuman tres cajetillas de celtas y dos de sombra al calor de una fogata que acabará sepultando y asando patatas. Bailan al ritmo de un comediscos a pilas y las chaparras son el improvisado techo, escondite ideal. Es su primer encuentro, tal vez el último. Valentín se deja llevar como un virus en un botellón y recurre al sí, Encarna, te amo. Sabiendo que será, como mucho, cuarenta días.

Encarna Val, amada ya, precisa de otro alimento mucho menos espiritual, pero más contundente y se mete dentro de un mollete. Se mimetiza entre el huevo y el chorizo y juega a sortear, del verbo esquivar, dentelladas de todo tipo. En el último bocado salta ágilmente y se disfraza de vapor, se pone a los mandos de una máquina de tren, engrasa la memoria y pita y pita… Un pitido que resuena eternamente en muchas cabezas. El paso a nivel cerrado; el Picón, pelado; el Jalón rebosante de febrero, olor a tierra mojada, el pino mirando a las huertas, las huertas pidiendo azada y sudor, alguna anciana en su balcón, algunos niños en la calle gritan futuro sin saberlo, y muchos –cada vez más, irremediablemente– en la tierra más fértil de nuestro corazón. Por ellos, por los que fueron y vendrán… Encarna Val disfruta del domingo mestizo sabedora de su poderío, de su fragilidad.

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