LA LEYENDA DE CERDOJALÓN

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Según cuenta una ancestral leyenda, hace más de once siglos vivía un cerdo muy anciano y sabio en el pueblo de Arcos de Jalón. Cerdojalón daba largos paseos por el pueblo, desde el Valle hasta el Castillo, desde la Covatilla hasta el Picón, pasando por la Carretera Maranchón, el Barranco del Tío Botas o La Plaza de la Estación. Era tan viejo y tan sabio Cerdojalón que el Corregidor del Jalón lo adoptó como su consejero particular y cuando debía decidir alguna cuestión de vital importancia, su asesor porcino no solía fallar con su oportuno consejo. Y sucedió que aquel año 921 fue escaso de cosechas, parco en nieves, tan seco que apenas un hilillo de agua nutría el río. Así, los arcobrigenses fueron visitados por todo tipo de miserias, plagas y epidemias que diezmaron la población y debilitaron la moral que siempre había sido su valioso estandarte. Y la hambruna se instaló en el Valle del Jalón. El Corregidor, asediado por las quejas de los habitantes y apesadumbrado por el panorama desolador, había perdido toda esperanza de encauzar la situación, incluso ya ni se molestaba en consultarle a Cerdojalón, que seguía con sus paseos, templanza y contemplación habituales en él.

Cierto día de marzo del año de gracia, Cerdojalón regresó de su paseo por El Tejar, se aproximó al río y tuvo una visión, una extraña visión que recorrió el futuro del pueblo, desde aquellos finales del primer milenio hasta los albores del tercero. Y viendo el cerdo sabio que era bueno para la población de Arcos de Jalón, actuó.

Avisó al Corregidor y este al mozo del campanario para que voltease las campanas, tocando a Matanza. Las gentes del pueblo se congregaron en la plaza donde el cerdo había iniciado un extravagante ritual. Caminó el anciano gocho con aires reposados, haciéndose contemplar por el gentío, que le siguió en curiosa procesión entre murmullos y expectación. Y así dieron la vuelta al pueblo, casi aturdidos, sin saber qué pensar ni qué quería de ellos el cerdo sabio. A las doce en punto, según rezan las crónicas arcobrigenses y sin saber a ciencia cierta cómo ocurrió, el cerdo se halló situado en lo alto del Castillo –que entonces no tenía ni agujero, como ahora–. Y Cerdojalón pronunció sus últimas palabras ante los atónitos espectadores:


Vecinos arcobrigenses,

por ustedes doy mi vida,

por ser un pueblo excelente

hagan lo que yo les pida.

Celebren los habitantes

la fiesta de la Matanza

cada primavera o antes

y llénense bien la panza.


Y Cerdojalón saltó al vacío. Mientras las campanas seguían su repiqueteo, el vuelo del cerdo sabio se convirtió en el milagro del cerdo. Ante las gentes arcobrigenses comenzaron a caer del cielo miles de torreznos ya curados, acompañados de una lluvia fina de pan frito con pimentón, que dio paso a una nube rojiza de choricillo, arrojando una tromba de picadillo y una feroz tormenta que lanzó cientos de sabrosas morcillas y tiernos magrillos. Los habitantes del pueblo saciaron su hambre, colmaron sus despensas y aliviaron el desánimo para enfrentarse a su nuevo futuro.

El cerdito sabio se esfumó en el ocaso de la tarde tras el pinarcillo de San Isidro. Desde entonces, los fieles arcobrigenses celebran la Fiesta de la Matanza, en el Recorrido, la Plaza, el Polideportivo o, en años de Pandemia, en sus casas.

   ESPÉRAME EN TU SOFÁ
   ENCARNA VAL
   ¡AY, SAN ANTÓN, LAS CERVEZAS DEL LUCIO!
   BALANZA
   EL CAMIÓN DE LAS VACUNAS
   ¡MIAUUU 1 2 3!
   MARCOS DEL JALÓN

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