La semana pasada nos pusimos las botas para acercarnos al pueblo de Lomeda y su particular configuración social, en la que una familia noble, propietaria del lugar, daba trabajo y hogar a cambio de una parte de la cosecha que se ganaba en aquella tierra gracias al duro trabajo. Además, sin vacilarlo, los hijos de los habitantes de Lomeda debían marchar obligados a vivir a otras tierras. Tan solo la marquesa permitía quedarse al menor, para que pudiera estar al cuidado de sus padres y de la labor. La despoblación aquí parecía el efecto deseado y la marquesa se consiguió quedar sola, pues les puso luz eléctrica pero jamás el agua corriente. Fue por eso que la gente se fue corriendo a las ciudades, para disfrutar de comodidades de las que el pueblo carece. Ahora es la fibra óptica y la oportunidad laboral, y antes la electricidad y poderte lavar los dientes sin tener que bajar a por agua a la fuente.
Esta semana #MePongoLasBotas, con muchas ganas y también con la mejor gente, en Monteagudo de las Vicarías. Siempre nos movemos respetando las distancias y el máximo de no convivientes, y portando nuestra mascarilla más molona, por si 'cae' alguna foto decente que poner en Instagram a modo de "como molo yo y mi gente", que diría un influencer. No es el caso, quizá en la siguiente... Aunque lo hayamos respetado todo, pisando la Raya lo mismo hemos cometido algo indecente. ¿Serán diferentes los niveles de restricción justo entre las dos vertientes del Alto Jalón? Podría ser distinto y dejarnos, al menos a los que trabajamos, pasar aunque se nos olvide en el otro abrigo el papel eximente y tengamos que pararlo todo para volver a por él y a por nuestra frente.
Pasamos el desvío de Monreal de Ariza y tras un reparador café en el Castilla y Aragón, que es de ley si vas con tiempo, nos dirigimos por la carretera en la que durante unos cinco kilómetros, vamos pisando exactamente la frontera. Dejando a nuestras espaldas Pozuel de Ariza a un lado y al otro el Castillo de La Raya, llegamos a la villa amurallada de Monteagudo de las Vicarías. Este pueblo es una delicia y todo el mundo tiene que venir a verlo. Desde la carretera no se hace justicia a lo que hay 'por dentro'. Las calles están, además de limpias, empedradas y son preciosas y encontramos esculturas graciosas en jardines y muretes. Cruzar esa puerta de acceso nos hace retroceder al 1.415 y nos invita a imaginar durante un rato ser Juan Hurtado de Mendoza, señor de Monteagudo.
Precisamente construido en el s.XV por él, Juan Hurtado de Mendoza, en su práctica totalidad, y por su nieto, Pedro de Mendoza, se hizo sobre otra fortificación pre-existente, el Castillo de Monteagudo de las Vicarías, de hoy, nuestro plato fuerte. Fue fundamental esta fortificación en las guerras de la Raya entre Aragón y Castilla y se ve imponente a lo alto de un cerro desde el que controla la frontera. Posee cinco robustas torres, tres de ellas muy características: una circular, otra cuadrada y una tercera que por dentro es hexagonal, pero de geometría octogonal en la cara de fuera. Tiene un patio interior rectangular, magnífico para albergar cualquier actividad cultural, ya sea evento musical, teatro clásico o el que se quiera. Y por dentro hay varias salas, con las ventanas recién colocadas y en avanzado estado de reforma, que albergarán exposiciones y conferencias, convirtiendo en centro cultural privilegiado, esta fortificación gótico-renacentista al extremo de la villa amurallada. La Junta lo ha pagado y se lo ha currado el ayuntamiento. Mejor dicho, se lo ESTÁ currando. Todavía falta algo, pero lo están preparando y va a quedar un espacio para poner más en el mapa a este pueblo, que ya está designado como uno de Los Más Bonitos de España.
Subimos a las torres, a lo más alto, donde el viento se 'come' una bandera por año. Así nos lo explica Cristian, alguacil de Monteagudo y muy amigo de Paco, el Teniente de Alcalde, que le ha dejado instrucciones de que nos lo enseñe todo y permanezca a nuestro lado, cuidando de que vaya bien y podamos descubrir bien este tesoro. Así lo hace, y nos abre con su llave el portón del Castillo, pero sospecho que igualmente lo habría hecho encantado si no se le hubiera dicho que nos tratase con mimo (gracias). Porque en Monteagudo debe ser así la gente, hospitalaria y con ganas de mostrar la joya que tienen. Así lo demuestran Mari Fe Martínez y Gloria Pinilla, dos lectoras que vienen al calor de la noticia al ver a 'alguien' en el Castillo.
Nos enseñan ambas el pozo, nos cuenta Cristian la leyenda del pasadizo entre el Castillo de Monteagudo y el de la Raya y Mari Fe nos explica que una parte del Castillo era de su familia y la vendieron. "Por eso he venido. Antes era nuestro y le tengo mucho cariño", nos dice mientras nos enseña dónde había otras habitaciones que se han derruido y busca, entre objetos almacenados pendientes de las remodelaciones, recuerdos que le produzcan sonrojos. "Mira Gloria, esto era de la casa de teléfonos, abrías esta ventanita...", le explica a su vecina con fuerte brillo en los ojos. Y Gloria también tiene su historia, su madre, Felicidad Martínez, alias 'La Abuela Bloguera', tiene una de las salas nuevas de exposiciones del Castillo puesta ya a su nombre.
Además de hospitalarias, tenemos la suerte de que Mari Fe es experta y enseña la iglesia aledaña al Castillo mejor que nadie. "Anda, ve a casa a por la llave y se la enseñas", le dice Gloria a Mari Fe, a lo que ella responde "vale, pero fotos no, que hay que pedir permiso al Obispado" y se marcha, rauda y veloz a sus 78 años, a por la llave de la verja, construida en 1890 por el vecino de Monteagudo, Felipe de Miguel. Mari Fe nos lo cuenta: "La hizo uno de Monteagudo... voy a presumir de uno de mi pueblo".
Es una "pequeña catedral" la Iglesia de Nuestra Señora de la Muela, pegada al Castillo como un elemento más de defensa de la villa amurallada de Monteagudo. Nos encontramos al entrar con una detalle que nos invita a hacer humor relacionado con la Covid-19. A la entrada a la iglesia, en la pila bautismal, ya no limpias tus pecados con agua bendita y un rápido persignar, sino con un frotado de manos con gel hidroalcohólico, pues han secado la pila y 'plantado' un bote de gel que no creemos que se haya podido consagrar. Este virus es más difícil de expiar que los pecados, todavía no podemos comulgar, así que mascarilla, limpieza de manos y un poco de distancia social.
El retablo renacentista-barroco de la iglesia del castillo, tallado en alto relieve por Pinedo y Quintana, de la escuela de Valladolid, contiene detalles curiosos como la representación del nacimiento de la Virgen María. "El nacimiento de la Virgen no está por todos los sitios", señala Marisol orgullosa. Escudos de los Mendoza, señores de Monteagudo, que hicieron el retablo y costearon la cúpula, convirtieron en renacentista lo que antes era iglesia románica. Detalles de mudéjar, como los que encontramos en el púlpito nos recuerda que en la Raya nos movemos con gusto. El tríptico, los rosetones, el pasadizo que conectaba con el Castillo, el coro, las bóvedas, el Cristo crucificado hecho de una sola pieza; que es "un poquito raro pero tiene su cosa" tal y como valora nuestra guía experta, nos llevan a terminar en el retablo de Santiago Apóstol que estuvo, en 2010, expuesto en las Edades del Hombre.
Salimos de la iglesia y nos marchamos, no sin antes subirnos a la parte de arriba de la puerta de entrada a la Villa de Monteagudo, para despedirnos de las vistas que se atesoran desde este alto de la fortaleza. Es fácil comprender el por qué de situar aquí la defensa y el ataque entre un reino y otro. La visión del valle del Nágima y de la frontera hasta el Jalón es magnífica, como la atención que nos han dado en esta visita, en la que el guía, Cristian, tenía más llaves que el sereno para abrirnos las puertas y hasta el corazón con su acento extremeño y su historia de amor con el pueblo. En otra ocasión, si nos deja, la contaremos. Mientras tanto, nos vamos enamorados, más incluso de lo que ya habíamos venido, de todo cuanto hemos visto en esta visita a Monteagudo de las Vicarías. Ha sido increíble el trato recibido, como sorprendente puede resultar a ojos del que no haya visitado el pueblo y se espere solo el Castillo. Merece la pena pasearle y perderte, esconderte o jugar al "corre que te pillo". A algún 'pelao' la vaquilla le ha dado aquí un topete en las fiestas de Nuestra Señora de la Bienvenida, que esperamos venir a vivirlas más pronto que tarde.
La semana que viene comeremos en El Cielo de Medinaceli para tirar de las orejas a Rubén, así que por allí nos pondremos las botas, para después saciar el apetito en la reapertura de este restaurante de concepto cosmopolita, que mezcla arte en la cocina con paredes llenas de arte. Hasta la semana que viene Alto Jalón. Feliz Domingo.
JALON
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