LOS PUEBLOS ABANDONADOS DEL ALTO JALÓN: LOMEDA

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La semana pasada nos poníamos nuestras botas para bajar al río Jalón a conocer a nuestros nuevos vecinos, los castores. Recibimos lecturas de todos los rincones de la geografía española, interesadas por conocer las curiosidades de este roedor que habita ahora el Alto Jalón y lo protegemos como el tesoro autóctono que es. No tendrá que pedir más asilo político este retornado a la comarca que viene a sumarnos a todos, aunque se lleve por delante algún frutal vecino por accidente o daño colateral. Ahora que sabemos que viven con nosotros, con poner una vallita a nuestros huertos será suficiente para una convivencia fructífera.

Como castores hambrientos, nos metemos en propiedad privada y #MePongoLasBotas para hablar, como una vez cada mes, de nuestros pueblos abandonados. En esta ocasión nos vamos, un poco asustados por si viene a echarnos la dueña, al pueblo de Lomeda. Que sí, que sí, que es privado. La propietaria es la marquesa de la Lapilla, que comparte el honor con sus ocho hijos y cuatro nietos. Son, por tanto, trece dueñas y dueños de un pueblo que ya no tiene vida. La mujer quiso venderlo en su momento, pero se lo prohibía el régimen de usufructo del que goza la aristócrata. Allá por 1930, una tía abuela de la marquesa que era dueña de Lomeda, quedó sin descendencia. A su muerte, dejó en su familia la herencia y dispuso clarísimamente que jamás fuera de la actual marquesa, sino que pasase a los hijos de esta, a los que nunca conocería. Escribió en el testamento que sería la tercera generación detrás de ella la que ostentase la propiedad y mientras nacían y llegaban estos a la mayoría de edad, sería de uso y disfrute de las dos generaciones anteriores. Pareció no quedarle más remedio que hacer esto a la tía abuela de 1930, quizá para no dilapidar patrimonio y castigar, de alguna manera, a dos generaciones de la dinastía sin poder poseer el pueblo que ahora recorro. No quiso dejar, ni a sus sobrinos ni a sus sobrino nietos, la posibilidad de vender el pueblo. ¿Por qué sería?

Caminamos por esta pedanía de Arcos de Jalón deshabitada, que se encuentra encajada en el valle del Arroyo de la Hoz, donde confluye este con el de la Hocecilla. El paseo hasta aquí desde Velilla de Medinaceli, de a penas 3 kilómetros, merece la pena hacerlo. Enclavado en una altitud de 1.100 metros, en mitad del triángulo de riqueza natural que forman Layna, Medinaceli y Arcos de Jalón, la pobreza se consuma como el pucherazo cuando el 'señor' pedía los votos al campesino. "¡Milana Bonita!", me parece oír en una esquina de este pueblo, que desapareció en cuanto algún hijo mayor habló de libertad y honor al resto de lomedanos. La marquesa venía, hasta hace cincuenta años, a meterse en las casas de todos y asombrarse de la vida de sus "vasallos". Tenían ventanales pequeños para que el frío no fuera horroroso y le hacía horrorosa gracia a la marquesa que los pobres no tuvieran luz solar en sus salones. Quizá por eso les puso la luz elétrica. La falta de agua corriente no le provocó ternura y jamás se la brindó a sus quiñones (arrendatarios con contrato vitalicio) . Es lo que tiene el feudalismo, bastante que los que se casaron no tuvieron que pagar pernada.

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Este pueblo tan curioso, en el que no hay calles sino una plaza al rededor de la cual está todo, no conserva a penas nada. Un grabado, una pintada, muros que se han caído y restos de haber convertido en algún momento la iglesia del pueblo en cuadra. En 1960 no vivía ya aquí un alma. No es de extrañar si tenemos en cuenta que no llegaba agua corriente a las casas. Hasta entonces, tenían electricidad y con eso les bastaba, pero algún hijo "de más", que desde la ciudad escribía cartas, explicó a sus similares que en la ciudad trabajabas sin tener que pagar una cuota a nadie y rendirle pleitesía cuando pasa. Lo de hijo "de más" es tan cierto como que la marquesa deseaba vender el pueblo cuando todos se fueron. Resulta que al ser la dueña, dictaba las fórmulas de arrendamiento y no dejaba bajo ningún concepto, dejar quedarse a vivir a los hijos de las familias del momento. Si tenían varios, los mayores debían marcharse del pueblo. La marquesa les proporcionaba las tierras y hasta 60 ovejas y algún animal de caballería, que venía bien para la labranza. A cambio, primero en especias y tras la guerra en dinero, que se contaba mejor, la marquesa recibía el tributo de su pueblo trabajador.

Cuando llegaron los años 30 y murió la tía abuela, el vacío de poder dejo huérfana a Lomeda, que además de entonces tener que empezar a pagar en 'cash' su vida, sin agua corriente y con miras a ser independientes, se marcharon de la comarca y dejaron vacío, en a penas dos años, este pueblo con señorío del que ahora solo se conserva algún muro y un papel en alguna cartera que pondrá "es mío". Un pequeño recorrido nos basta para ver el pueblo, pues la plaza de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y sus casas alrededor es todo lo que tiene esto. No en vano, otra condición que siempre impuso el marquesado es que en el pueblo de Lomeda solo vivirían nueve familias. Aquí se jugaba al frontón y se hacían las dos fiestas del pueblo, las de enero y las de tiempo de más calor, en septiembre para tener el disfrute más pleno. Los lunes al mercado de Arcos de Jalón a vender y comprar cosas, los martes al río con los caballos y los cántaros, los miércoles tertulia en la esquina de la iglesia, los jueves venía el médico... la vida no era allí lo mejor al carecer de servicios y encima había que pagar diezmo y no era un gran negocio. Cualquiera que tuvo un hermano, un primo o un "te conozco" se marchaba al abrigo de un sueldo y un cuartito que compartir con otro en la España de la industrialización y el trabajo para todos.


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La semana que viene volveremos a ponernos las botas para hablar de nuestros tesoros, nuestra cultura, nuestro patrimonio, nuestra leyenda y nuestra memoria. Espero que esta semana os haya gustado la historia de este pueblo que es privado y que ahora ya puede ser vendido por los hijos de la maquesa. De hecho, no hace tanto fue convertido en ganadería de ovejas. No sería mala idea recuperar este sitio como lugar de convivencias para niños que vengan a reconstruir lo caído y, de paso, aprendan vida rural para que la valoren. Así, de mayores, podrán decidir mejor dónde poner su nido.  Hasta la semana que viene.

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