CAPÍTULO IV: EN EL MOMENTO OPORTUNO

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IV  EN EL MOMENTO OPORTUNO


La noche se fue diluyendo lentamente, aunque las lámparas seguían emitiendo la misma luz. Sin duda, el éxito de las lámparas de petróleo sería un espaldarazo para los mandamases de la ciudad, en especial para Lex Baxter, quien pretendía intereses económicos en cada rincón de Jalons Valley.

Fredi y Tom se despidieron cordialmente hasta otra nueva ocasión.

Al ir a recoger a su yegua, Tom reconoció una voz. Quizá había tomado unas cervezas de más, pero lo que escuchó le sobrecogió.

- Leiton, ya sabes lo acordado, dentro de una hora ya no quedará nadie por la calle. Todo el pueblo dormirá, acudirás al banco y retirarás el dinero de la caja blindada. A las ocho, cuando lleguéis los empleados y tú mismo, mis muchachos fingirán el robo. Por la tarde nos encargaremos de que la caja sea encontrada abierta y destrozada por dos cartuchos de dinamita. Todos creerán que ha sido una banda organizada llegada de alguna ciudad vecina. Con el dinero del seguro también sabremos qué hacer, ¿verdad?

- Ya sabes, Lex… no estoy muy convencido de esto –respondió Leiton,  denotando buena carga de angustia en sus palabras.

- Estás hasta el cuello de barro, así que escucha bien: desvalijas la caja y le entregas los lingotes de oro a Calvert. Él me los traerá a mi almacén, como quien descarga una caja de whisky o de harina. Nadie sospechará de ti, ¡booooom!, ¿comprendes? Y te llevas tu parte. Y cuando eliminemos a los rancheros, te daré tu porcentaje de la compañía petrolífera que voy a crear al amparo del Grupo Ferroviario. Tenemos muchos negocios que hacer por delante. Tu banco será uno de los más importantes de la zona, y tú seguirás siendo el director de ese banco.

- Esa cantidad de oro ya es más que suficiente para que viva medio pueblo sin trabajar –adujo el director del banco.

- Hay gente que nace para trabajar y otros para pensar. Tomemos un último trago y, en una hora, al banco, Leiton.

Tom se quedó unos instantes inmóvil. No solo para no ser descubierto sino por el impacto de lo que acaba de escuchar.

Su mente ágil, como su cuerpo, trabajó con celeridad y una sonrisa maliciosa se dibujó en su semblante ante la oscuridad de aquel rincón, muy cerca del establo del local de Belinda.

Acarició a Mikado y le susurró:

- Tenemos mucho trabajo por delante esta noche, amiga, vamos a hacer una visita.

Se levantó la solapa de su chaqueta, se caló un poco más de lo habitual el sombrero y se dirigió con paso inseguro, fingiendo estar borracho como un tonel, hacia la vivienda del director del banco. Una vez en la puerta, sacó de su bolsillo un alambre y abrió con pasmosa habilidad la puerta. No en vano, Tom podría haber sido un extraordinario ladrón por la facilidad manual que atesoraba. Subió sigilosamente las escaleras que daban a las habitaciones. Sabía que Penny podría estar despierta aún. Y lo estaba. Esperó pacientemente tras la puerta de la habitación de la muchacha, observó que la estancia se quedó completamente a oscuras. Se introdujo con rapidez en la estancia y se  abalanzó hacia ella y con un expeditivo movimiento le tapó la boca.

- Las llaves del banco, solo quiero eso, no la dañaré –dijo fingiendo otra voz de forma casi exagerada.

La muchacha forcejeó tímidamente, pero se sabía claramente apresada por esos brazos poderosos. Se dirigió hacia la habitación contigua, la de su padre. Se agachó indicándole debajo de la cama.

Tom la obligó a inclinarse con ella. Con la fortaleza de su mano izquierda la rodeó y con la otra extrajo un orinal de bronce.

- Vaya sitio original, parece un orinal vulgar, pero… he aquí el doble fondo… y las llaves. Gracias, señorita, por su colaboración. Ahora escúcheme bien, si grita cuando me vaya o percibo algún movimiento que no sea el permanecer en su habitación durante media hora, despídase de papá. Su vida depende de cómo se comporte estos treinta minutos, adiós.

Aflojó su mano y un resplandor procedente de una de las lámparas de la calle principal dejó entrever alguna forma en la habitación aunque no lo suficiente para que la muchacha reconociera la cara de Tom.

Penny se sentó en la cama, asustada pero sin llorar ni expresar histeria, por lo que Tom se marchó de casa del banquero sin mayor contratiempo.


Llegó al banco, abrió la puerta y se dirigió a la caja fuerte. Un minuto más tarde la caja estaba abierta. Cargó los nueve lingotes de oro y espoleó a Mikado, obligándole a dar un pequeño rodeo para no pasar cerca del paso a nivel, y puso rumbo a La Suerte.

   CAPÍTULO III. LUZ EN EL CIELO
   CAPÍTULO ​II UN COLT 45 ESPECIAL Y UN LÁTIGO
   LA SUERTE TENÍA UN PRECIO - CAPÍTULO 1 - REGRESO A ARCOBRIVILLE

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